El verano, casi siempre esperado por muchos, y también odiado por muchos otros. Hoy nuestro autor nos advierte de los peligros que supone hacer deporte en este período que yo, particularmente, odio a muerte. Me he sentido muy identificado con tu entrada. Vamos allá.
El verano no sólo tiene
cosas buenas. Nos olvidamos de las quemaduras, las insolaciones y sí, esas
rozaduras que salen cuando utilizas por primera vez las chanclas. Pero el caso
es que, a pesar de tener la experiencia otros años, (hablo de esas de playa de
toda la vida), creemos como idiotas que nos vamos a librar.
Debe ser que tengo este
año la piel sensible, porque nunca me había hecho heridas ni rozaduras
dolorosas, pero este año no ha sido así y tras cambiar de chanclas, sus latigos
del demonio (quiero decir tiras de chancla) han azotado mi empeine de manera
brutal.
No contento con tener cuatro
heridas repartidas por el exterior e interior de cada pie no tengo otra
ocurrencia que ir a patinar. Total me he estado poniendo zapatos cerrados y la
cosa ha ido bien. Nunca hago deporte pero ese día me dio por hacer algo con el
cuerpo, aunque ya ves tú que es patinar, un deporte de mujer que en
"Britains Got Talent" practicado por una anciana puede tener su
gracia y todo. Pero oye, que patinar es un deporte de riesgo y no es coña y si
no verás.
Era la primera vez que
cogía los patines en aproximadamente un año. Todo parecía como otro día
cualquiera de esos en los que cojía los patines. Que si un "Uy, por
poco" al salir de mi casa por las losas y sus cuadraditos, un pensamiento
dedicado a ese freno que no frena por más que pises, un pensamiento de resignación
diciendo "ya está, de ésta no salgo" al ir embalado por una carretera
en cuesta acabada en un cruce sin poder frenar, y típico susto de equilibrio
que crees que te caes pero no. Suficiente para considerar de riesgo a esa
actividad del demonio. (pulsa más información para seguir leyendo)
Vamos que hice lo que es
patinar por la ciudad, y lo que hago cada vez que salgo, jugarme la vida.
Comencé a darle caña con música a tope. Un dolor en una zona del empeine
próxima al tobillo comenzó a molestarme y cambié la forma de poner el pie.
Finalmente se me calmó.
Seguía patinando. Poco a
poco, en el otro pie, comenzaba a sentir un dolorcillo. Pero yo patinaba. Cada
vez el dolor se hacía más insoportable. Y yo patinaba. La quemazón era muy
fuerte y algún elemento que sigo sin identificar qué fue me rozaba entre el
empeine y el tobillo. Aquello escocía pero con dos cojones seguía patinando
hasta que tuve que pararme. Me senté en un banco, me quité el calcetín y allí
estaba. Una herida la mar de bonita. Otra para la colección de
primavera-verano-ysuputamadre.
Si os pasa algo parecido
jamás hagáis lo que hice yo. No te va a dejar de doler porque lo veas. Pero una
vez visto y habiéndote levantado la piel es imposible volver a lo de antes. Me
puse el patín tras estar sentado 15 minutos con mi herida de guerra. Tenía todo
un mundo de recorrer hasta llegar a mi casa. 3 avenidas y callejear un rato. La
gincana de la muerte asegurada.
Comencé a pensar en qué
podía hacer. Estaba claro. O seguía y me amputaban la pierna al más puro estilo
de supervivencia de escalador o hacía un patético más de los tantos que
acumulo. Sí, tras sopesar si haría el mayor ridículo quitándome un patín y el
dolor, decidí hacerlo. Me quité uno de los dos patines y comencé a patinar con
un sólo pie. Lo que parecía sencillo se hizo difícil. Y cuando quería parar la
velocidad que había cogido con el estilo patinete no podía. Claro, no tuve otra
ocurrencia que ir por las carreteras. El suelo más liso posible. Cosas de
bomberos. Si paraba tenía que hacerlo con el pie, porque me quité el calcetín a
la más de la mitad del camino pues se me caía y podía provocar una caída.
La gente me miraba y yo
cabizbajo cruzaba los semáforos mientras me sentía más observado que nunca
desde los coches. Mi vergüenza no era comparable a nada. Encima siempre casi me
caía delante de ellos. La gente seguía mirando. Y cómo no no puede faltar el
típico grupo de niñatos que te mira y te hace alguna pregunta graciosa. A mí me
dijeron "¿Qué pasa? ¿te has pinchado?". Pero yo me sumergí en la
música aunque no dejaba de sentir en mi nuca esas miradas. Y llegué cerca de mi
casa. Pensé "Me pongo el patín, no me vaya a ganar fama de loco o en el
tema del día." Lo intenté pero no. A la esquina de mi edificio dije:
"¡Vamos!, da igual, ¿quién te va a ver?". Y sí, con determinación y una
velocidad frenética patiné, y al girar para entrar por la puerta, el no poder
parar, y el calcular mal, hice lo que me temía durante mis particulares
Olimpiadas, caerme delante de 4 vecinos que salían. Me quería morir. ¡Qué vida
más puta!
No hay comentarios:
Publicar un comentario